Sarna
Que mundo tan distinto aquel pre Covid-19, hoy lo pienso, luego de haber conocido el pánico y el encierro que sobrevino a marzo de 2020, no puedo entender cómo fuimos tan desaprensivos respecto a las pandemias de enfermedades contagiosas. Por más que muchos creen que esa fue una ficción del Poder, con la complicidad de miles de científicos y médicos, algo que en lo personal me resulta inverosímil, pues no olvido que murieron miles en sus casas y en los CTI por causas atribuida a los "factores de riesgo" de los enfermos. En lo personal tenía un par de esos "factores de riesgo" y con la información que los medios difundían tenía la convicción de que si me enfermaba de esa peste, moriría. Hoy casi cinco años después, puedo decir que no me enfermé, aun cuando las personas más cercanas lo padecieron con menor o mayor intensidad, ni siquiera fui hisopado nunca. Pero esta historia no trata del Covid ya que es previa a diciembre de 2019, cuando se informó que en la ciudad de Wuhan, en la lejana China, se estaba propagando una enfermedad que podía ser mortal y de la que fuimos indiferentes, hasta que finalmente nos llegó.
Íbamos camino a la ciudad de Florida con Lorena en nuestra primera salida de fin de semana. Nos habíamos conocido hacía un par de meses en una red social, simpatizamos y tuvimos largas charlas por chat, hasta que finalmente salimos en persona. Desde que la vi supe que era la mujer que buscaba ya que tenía una personalidad exuberante, un humor algo ácido y una apariencia física muy atractiva, a pesar de su mediana edad, por cierto algunos años menor que yo. Teníamos muchas cosas en común en nuestros respectivos pasados que fuimos compartiendo. Estaba feliz con su compañía y me sentía rejuvenecido. El viaje lo hicimos charlando animadamente y no sentí el cansancio de conducir. Llegamos a Florida a la tardecita y no conseguimos hotel donde quedarnos, no había tenido la precaución de hacer reservas, estaba todo ocupado por una fiesta gaucha que tendría lugar al otro día. Finalmente y luego de mucho preguntar llegamos a un hotelito de dudosa modernidad, por decirlo de alguna manera. Las habitaciones, algo precarias igualmente nos permitieron acomodarnos. Pregunté en recepción donde cenar y me recomendaron el restaurante de Club Florida. Las instalaciones no eran gran cosa, pero la comida estuvo muy buena, especialmente el postre. Entre risas disfrutamos esas manzanas caramelizadas acompañadas de una bocha de helado de crema. Realmente una exquisitez. De regreso al hotel, no era la primera vez que compartimos la cama por lo que nos sentimos muy cómodos el uno con el otro, sin por ello dejar de sentir ese hormigueo tan característico de la ansiedad de los primeros roces, cuerpo con cuerpo, piel con piel. Ya casi por dormir y notando que la almohada era demasiado baja para mi costumbre, abrí el placard y saqué una frazada que coloqué bajo la almohada.
A la mañana siguiente, luego de desayunar, salimos de recorrida por los principales puntos de atracción turística. La hermosa catedral, la Piedra Alta, el Parque Robaina, la Capilla de San Cono y alguna cosa más. A media tarde emprendimos el regreso a Montevideo contentos por el paseo y sobre todo por la química que nos estaba uniendo. Al otro día, lunes, volver a la vida normal, cada uno en su casa y mucho chat. Lorena estaba divorciada y repartía su tiempo entre su hija, en edad escolar, su consultorio y las tareas del hogar. Por mi parte vivía en el barrio histórico de la ciudad, donde también estaba mi oficina, a unas pocas cuadras de distancia, las que recorría caminando todos los días. También divorciado, vivía solo en un apartamento pequeño, salvo por la compañía de mi gata. Así transcurría la rutina de lunes a viernes y al finalizar el día teníamos largas charlas por chat con Lorena. Los viernes al finalizar el colegio, la hija de Lorena se iba con su padre y Lorena venía a casa. Nos sentíamos muy bien juntos, compartimos el gusto por el cine al que íbamos con frecuencia, así como por las largas caminatas por la Ciudad Vieja, el barrio histórico de la ciudad donde vivía y donde también había numerosas cafeterías y restaurantes que solíamos frecuentar. A la noche intentábamos ver alguna película en la TV que nunca terminábamos de ver porque entre juegos nos íbamos a la cama siempre. Ambos disfrutamos mucho la intimidad compartida. Debo decir que de cuantas mujeres he conocido, ella fue la que más disfruté en materia sexual. Sin inhibiciones y con un apetito que me superaba hacía que la semana pasara como una sombra para que, en el fin de semana, explotara la pasión. Yo ya era un hombre maduro y en ocasiones pensaba que tanto despliegue de energía en algún momento se cobraría el precio.
Hacía ya más de dos semanas de nuestra escapada a Florida cuando empecé a sentir picazón en la zona del pecho y a ver unas extrañas pintas rojas que con el pasar de los días se fueron extendiendo. Un par de días después ya no podía más de la picazón y fui a la emergencia de mi mutualista en procura de una consulta urgente con dermatología. Me informaron que no existía dermatología de urgencia y que tampoco había consultas a consultorio, disponibles hasta dos meses después. Como insistí con la urgencia, dijeron que iban a tratar de encontrar alguna solución, pero me fui para mi casa disconforme con la atención médica de mi prestador y por la que me descontaban puntualmente una cuota de mi salario. Realmente ignoraba que si eso me hubiera sucedido un par de meses después, cuando ya la epidemia de Covid 19 estaba declarada, me hubiera sido materialmente imposible obtener cualquier auxilio médico para mi afección. Quien sabe que hubiera sido de mi, posiblemente un número más en la estadística. A la mañana siguiente me llamaron de la mutualista para informarme que podía concurrir a una policlínica, ubicada en un barrio de la ciudad llamado Malvín, donde fuera de la agenda de consulta, una dermatóloga me atendería.
Buenas tardes doctora le dije. Una mujer levantó la vista de una carpeta sobre su mesa y me dijo: "llamaron de Central para que lo atendiera fuera de agenda porque aparentemente tiene un problema urgente. ¿Qué le sucede?". Le expliqué lo que me sucedía, ella procedió a examinarme y me preguntó. ¿Viaja mucho en transporte público? Le respondí, no, camino o uso el automóvil. ¿Tiene contacto con perros desatendidos? Nuevamente mi respuesta fue negativa. Ud. tiene sarna, me dijo. ¿Sarna repetí yo? ¿Cómo es posible, mis condiciones de vida son higiénicas, como pude pescar esta peste? ¿Ha dormido en algún hotel recientemente? Allí fue que recordé de inmediato la frazada que saqué del placard de aquel hotelucho en Florida. Seguí el tratamiento indicado y mejoré en unos días, pero me seguí preguntando, ¿que me hubiera pasado si me hubiera sucedido en pandemia?
