Laura
Partió rauda la caravana formada por dos modernísimos autobuses en los que viajabamos los representantes extranjeros y dos vehículos militares que nos escoltaban, con soldados armados a guerra. El trayecto entre el hotel en el que nos alojabamos en Villahermosa, capital del Estado de Tabasco, hasta la mansión del gobernador para un recibimiento protocolar transcurrió sin sobresaltos. Allí, luego de las palabras de bienvenida y los discursos de rigor, fuimos agasajados con un excelente almuerzo en el patio interno de la Quinta Grijalva, residencia oficial del gobernador desde 1953, con la presencia del gobernador y sus principales funcionarios.
Finalizado el banquete y con un breve descanso para socializar se produjo el espontáneo acercamiento, como generalmente ocurría, entre los representantes de Uruguay, Argentina y Chile. La representante argentina era una destacada abogada de mediana edad, muy extrovertida y simpática, en cambio la fiscal que representaba a Chile, más jóven y a quien ya conocía, era más bonita pero también más misteriosa. Ella frecuentemente desarrollaba un juego de poder en las sombras, ese era su estilo. Inmediatamente Amanda, la argentina, me preguntó con admiración por José Mujica, presidente de mi país en ese momento, fascinada por su popularidad internacional y su estilo tan particular. La chilena en cambio, fingía atender la conversación, pero su radar buscaba otros intereses. La conversación giró en torno a la reciente adquisición de la "Feyari" por parte del empresario argentino Héctor Méndez. La potente Ferrari 348-TB, originariamente propiedad del ex presidente Carlos Menem, obtenida hacía veinte años como regalo de Massimo del Lago, un empresario italiano interesado en obtener la concesión de una autopista y que luego diera lugar a una controversia jurídica acerca de si los regalos a un presidente eran propiedad de presidente o del Estado, había sido vendida y comprada varias veces. Dicha controversia gestó la ley anticorrupción argentina y la consiguiente formación de la oficina en la cual Amanda ocupaba un alto cargo. Llegó la hora de subir a los autobuses y la chilena, no se en que momento, había desaparecido.
Cómodamente sentado en una butaca muy espaciosa del autobús y disfrutando del aire acondicionado ya que era un día caluroso, repasé la agenda de conferencias que tendrían lugar a continuación, en dos salas del hotel en el que nos alojabamos. En el asiento de enfrente dos colombianos buscaron conversación, pero no estaba interesado, así que la eludí de la forma más diplomática posible. Tres horas después, finalizadas las exposiciones, me dirigí hacia el lujoso salón comedor a fin de cenar.
Había llegado la tarde anterior a Villahermosa, luego de un agotador vuelo en tres escalas, Montevideo-Lima-Ciudad de México y finalmente Villahermosa distante unos setecientos kilómetros de la Capital Federal. Había tenido oportunidad de un recorrido turístico por la ciudad antes de caer agotado en la cama del imponente hotel. Mi presencia allí era un poco casual ya que por mi rango institucional en la Oficina, puesto que era un funcionario de carrera y no un político, era poco frecuente que representara al país en eventos en el exterior, no obstante, por especiales razones, allí estaba. Se trataba de una invitación del país anfitrión, así que era una misión oficial que no ocasionaba gastos para el país, ni tampoco generaba viáticos ni otros beneficios. Quizás esa era una de las razones, aunque no la única, por la que mis jefes no habían estado interesados en concurrir. Mi misión consistía en hacer conocer un nuevo proyecto que estábamos implementando y del cual era responsable operativo. Mi presentación tendía lugar al día siguiente, así que repasé el texto que había traído preparado.
Antes de dormir, sentí el impulso de comunicarme con Laura y contarle los acontecimientos de día. Hacía un par de meses que me conectaba casi a diario con ella por chat, aunque no la conocía personalmente, habíamos llegado a tener un intercambio personal, incluso íntimo de relatos acerca de nuestras vidas. Ella era una jóven profesional, mucho más jóven que yo y en pleno y doloroso proceso de divorcio. Madre de una hija pequeña, no la tenía fácil, pero su madurez y temple le permitía sobrellevar la situación con dignidad. Comprendía su situación porque yo también hacía poco tiempo había pasado por el desgastante proceso de un divorcio. Nos habíamos conocido en una red social y como dos cuerpos celestes atraídos por una fuerza misteriosa, fuimos aproximándonos en la conversación, en el grupo cada vez más reducido de personas que intercambian opiniones, hasta quedar finalmente ligados en un mano a mano casi a diario. Me atraía la frescura y franqueza punzante de sus opiniones. Con ella no había lugar a la mentira ni a la hipocresía, al menos eso creí. Tomé el celular y ella, de inmediato respondió, charlamos hasta la madrugada en un ir y venir de anécdotas y temas muy disfrutables. Finalmente, llegó la hora de dormir.
Las actividades comenzaron temprano en la mañana por lo que solo hubo tiempo para un rápido desayuno. La mañana pasó rápido, con muchos temas interesantes para reflexionar. Al terminar revisé mi celular y para mi sorpresa había una foto de Laura saliendo de la ducha con una visión generosa de su escote y un comentario sobre lo apurada que estaba por sus tareas del día. Debo confesar que la visión me perturbó y perduró en mi memoria todo el día. El almuerzo transcurrió compartido con Amanda y María sobre las conferencias de la mañana. La chilena no emitió ningún comentario sobre la razón por la cual no había regresado al hotel con nosotros el día anterior. Dos días antes llegamos a Ciudad de México en el mismo vuelo con María. Al hacer la cola para abordar el vuelo a Villahermosa, María se adelantó y exhibiendo su acreditación al congreso, reclamó acaloradamente el extravío de sus maletas ante los funcionarios de migraciones, quienes la retuvieron, al punto que perdió el vuelo. Llegó al otro día y se comentó que la habían llevado a tiendas exclusivas para que comprara ropa, zapatos y otros implementos a cargo del gobierno anfitrión. No obstante, sus maletas extraviadas, finalmente llegaron ese mismo día.
En la mañana tuve mi presentación y para mi decepción las preguntas marcaron más el interés por el promocionado Plan Ceibal, la entrega de pequeños laptops a niños escolares, que por el proyecto que acababa de presentar. En un descanso me retiré a un rincón del hall y busqué a Laura para chatear. Ella estaba entrando en una audiencia y no podía hablar en ese momento, pero "te mando un regalito", me dijo. Seguidamente, llegó otra fotografía, en este caso bastante más explícita que renovó mi deseo por conocerla personalmente. Este estilo de relaciones mediante conversaciones en redes sociales y fotografías más o menos privadas eran nuevas para mi y no dejaban de incomodarme, pero las imágenes eran muy tentadoras y no hacían más que estimular mi interés. Al momento se acercaron dos jóvenes mexicanas interesadas en ampliar datos sobre el proyecto que había presentado recientemente. Su interés radicaba en que trabajaban en el área en cuestión y en unos meses estarían en un congreso que tendría lugar justamente en Montevideo, por lo que aprovecharon para pedirme información sobre la ciudad, el clima y cosas así.
A la noche tuvo lugar el cierre del congreso con una cena de gala con las autoridades. Al ingresar el lujoso salón pude ver en la mesa principal, al costado del gobernador y charlando desenfadadamente a la chilena luciendo un espléndido vestido rojo que realzaba aún más su atractiva figura. No pude menos que especular sobre la causa de su desaparición, la tarde anterior, en la quinta del gobernador. Los participantes locales habían perdido su timidez inicial y se intercalaron, charlando amablemente con los participantes. Siguieron bailes típicos por bailarines ataviados con vistosos trajes originarios, pues era una región de una muy arraigada cultura olmeca. Con el discurso de cierre del congreso, el gobernador se retiró acompañado de algunos funcionarios de gobierno y como no, de la espléndida chilena. Me retiré a mi habitación, rechazando la invitación para conocer la vida nocturna de la ciudad porque al otro día tenía contratada un visita al museo regional de antropología, aprovechando que el avión de regreso partía a la tarde. Antes de dormir tuve oportunidad de charlar un poco con Laura y de hacerle saber mi interés de conocernos personalmente. Así quedamos combinados para el día siguiente a mi regreso y debo decir que la despedida presagió un cálido encuentro y tormentosos sueños para esa noche. A la mañana, en el desayuno, aproveché a despedirme de Amanda, la simpática argentina que me había dejado una muy buena impresión y me trasladé al museo de Tabasco. Un moderno y espectacular edificio albergaba esculturas y artefactos de la cultura olmeca. Lo más sorprendente que recuerdo fueron las famosas "cabezas sonrientes" de dimensiones colosales e inconfundibles rasgos orientales, muy diferentes de los de la fisonomía local. Lo segundo impactante fue conocer el original del "calendario maya", que había estado tan de moda el año anterior donde según se decía en ese calendario se había pronosticado el fin del mundo, el que felizmente no ocurrió. Al regresar al hotel, apenas tuve tiempo para abordar el ómnibus en que nos llevarían al modesto aeropuerto de Villahermosa. El avión de cabotaje nos llevó al aeropuerto de Ciudad de México donde tuve tiempo de comprar algunas chucherías para llevar de regalo. Como gentileza del gobierno no hicimos los trámites de aduana ni de migraciones y abordamos el avión directamente. Para mi sorpresa mi asiento era contiguo del que ocupaba María, la chilena. Luego de los saludos del caso y de acomodarme en el asiento, María se levantó. Subieron todos los pasajeros y minutos antes de decolar, se escuchó la voz de una azafata indicando mi nombre y que debía acercarme a la puerta del avión. Sin entender qué pasaba, así lo hice y la azafata amablemente me pidió que cambiara mi asiento por razones de indisposición de una pasajera, a la vez que me conducía a mi nueva ubicación. María había jugado sus cartas dejándome en claro que yo no estaba a la altura de sus intereses. Se trataba de un avión de Lan Chile, por lo que ella era locataria.
Luego de volar toda la noche, y ya en el aeropuerto de Carrasco, feliz de haber regresado, abordé un taxi y me dirigí a mi casa en el centro de la ciudad. Esa tardecita, por fin conocería físicamente a Laura, pero esa es otra historia.
