La Delfina


Sobre las olas

bandada de gaviotas.

Algarabía.

Estacioné el auto de frente a la vereda como está indicado por las líneas amarillas pintadas sobre la calle en esa zona de la rambla. Por el parabrisas podía ver un enorme globo rojo-anaranjado que se sumergía en el mar. Mañana tendremos otro día de calor como hoy pensé, mientras salía del auto. Era la hora dorada como la conocen los fotógrafos, la transición entre el día y la noche que suele dar una luz particular tan buscada en las fotografías. A la izquierda un enorme cerro, último de una cadena con cumbres bastante altas, para la plana orografía del país, se recostaba en la playa. Las primeras luces aparecían ya como luciérnagas en el paisaje, marcando la hora en que la virazón cede y deja de traernos ese perfume a mar lejano que tanto me gusta. Toda la naturaleza lucía su esplendor en esta pequeña ciudad turística, tan amable y tranquila que había elegido para vivir mi retiro. La vida aquí es relajada y brinda todo para que los turistas la disfruten y dejen su dinero en beneficio de los pequeños comerciantes locales que son la principal fuente de trabajo de los habitantes. Los turistas llegan a miles a disfrutar el verano, aunque no saben que la mejor cara del balneario se presenta cuando ya se han retirado, en el otoño. En esa época retoma su sereno ritmo natural y los pájaros vuelven a ocupar los lugares que dejan los visitantes, para deleite de los amantes de la naturaleza como yo.

Con cuidado, porque el tránsito era intenso, crucé la rambla camino al Argentino Hotel donde tenía lugar la exposición de fotografías que venía a ver. Subí las escaleras que me llevaron al hall del imponente hotel, otrora el más importante de América del Sur, con habitaciones para más de mil doscientos huéspedes y genial creación del visionario Francisco Piria, a comienzos del siglo XX. Dos imponentes esculturas de leones alados flanqueaban el ingreso como guardianes de una línea imaginaria donde el tiempo ya no era el mismo, donde el presente y el pasado se mezclaban misteriosamente. Ingreso al Hall y de pronto he retrocedido un siglo y toda la arquitectura y decoración me lo recuerdan, tan lejos de los ascéticos halles de los hoteles modernos, aquí los mármoles y el dorado a la hoja derrochan lujo. La imponente escalera al fondo del recinto no deja lugar a dudas de que allí se alojaron generaciones de turistas de muy alto poder adquisitivo. Al pie de la escalera giré a la derecha rumbo al Salón Dorado donde tenía lugar la exposición. Una veintena de personas contemplaban y comentaban en voz baja las enormes fotografías que bordeaban el majestuoso salón que en orden cronográfico daban cuenta testimonial del proceso de fundación y desarrollo de esa pequeña ciudad balnearia, concebida desde sus orígenes, hace más de un siglo, como turística. Me detengo en la primera, un descampado pedregoso donde el cerro del Inglés, hoy conocido como cerro San Antonio termina en un endeble muelle de madera. Al fondo más cerros y playas también con escasa vegetación y sin presencia humana. Al pie de la fotografía o daguerrotipo, no lo tengo claro, hay una leyenda que dice, Puerto de Piriápolis, Archivo Sodre. A la derecha un cartel con un texto daba cuenta de que no se registra presencia humana en el lugar con anterioridad al siglo XVIII, donde los barcos esclavistas, de regreso, luego de haber depositado su oprobiosa carga en el puerto de Buenos Aires, cargaban cueros de vaca de contrabando por el endeble muelle, antes de emprender su regreso al viejo mundo, para su maldito "comercio triangular". Siguió un lento y atento recorrido por más de medio centenar de fotografías que completaban la muestra, pero esa primera dejó en mí una marca inexplicable.

De camino a casa, las tranquilas calles que subían los cerros rodeados de bellas casas con cuidados jardines y frondosas arboledas se veían tan diferentes del árido paisaje que mostraba esa primera foto de la exposición, tomada más de cien años atrás. Al llegar acompañé un vaso de limonada perfumada con menta de mi pequeño huerto con un trozo de pan francés y lo que quedaba del rico queso brie. Ya en la cama, mientras tomaba nota mental de que debía ir a Maldonado por más queso y otros trámites al día siguiente.

Fuertes golpes en la endeble puerta al grito de capitán, capitán, ha llegado "La Delfina", despertaron al prefecto del puerto de San Fernando de Maldonado. Medio dormido aún, vertió agua del pozo en la palangana y se lavó la cara. Qué hace este sucio patacho portugués en mi puerto, se preguntó mientras preparaba unos mates. Unas duras galletas marineras y un trozo de queso grasoso mientras mateaba, fue su desayuno. El parte que debía elevar a su amigo don Pedro Lenguas, ministro de Guerra y Marina del nuevo gobierno de don Manuel Oribe no podía esperar, pero la llegada del mugroso patacho podía cambiar su informe, así que mientras masticaba la galleta, mascullaba que hacer. Vistió su uniforme y encaminó sus pasos hacia el puerto. Fondeadas en la bahía, se veía "La Eufrasia" y "La Adelaida", pertenecientes a la flotilla del comerciante Francisco Aguiar. Anclado a unos treinta metros del muelle, un patacho de dos palos, mezcla de bergantín y goleta, de unas treinta toneladas de carga, de nombre "La Delfina", perteneciente a los prestamistas. Domingo Vázquez y Teodoro Vilaça, acreedores del gobierno de la República le esperaba. De un salto abordó el chinchorro que había enviado el capitán para transportarlo. Al aproximarse al barco un hedor indescriptible le abrazó. Una mezcla de orina, heces humanas y sangre presagiaron una tragedia a bordo. Inmediatamente se dirigió al camarote del capitán, allí don Francisco Casas le esperaba con un aspecto descuidado y para nada acorde a su rango. Luego de los saludos de orden, el capitán Casas le extendió el manifiesto de carga que esperaba desembarcar a puerto. En el mismo contaba cuarenta libras de carey, doscientos cocos de bálsamo y trescientos treinta y seis "colonos". También el capitán dio cuenta de la necesidad de aprovisionar víveres, así como declarar la muerte de doce prisioneros como consecuencia de una revuelta ocurrida dos días antes en la bahía de Pan de Azúcar. Esto último era necesario ya que la jurisdicción de la prefectura de Maldonado abarcaba desde la desembocadura del arroyo Solís al oeste, hasta la laguna Garzón al este. El prefecto autorizó la descarga mientras pensaba que en vez de "colonos" debía decir niños esclavos, porque eso es lo que eran. Ni bien se constituyó la República don Frutos prohibió el tráfico de esclavos en todo el territorio, pero los esclavistas se las ingeniaron para continuar con su negocio bajo la excusa de que transportaban colonos, los que debían ser menores a 16 años, mediante el pago de enormes sumas de dinero a las autoridades. De regreso en su despacho completó su "parte" a don Pedro con las novedades de La Delfina y salió a completar sus tareas del día.

Me desperté temprano, luego de un café con tostadas y los aprontes del caso, salí rumbo a punta Imán que constituye la prolongación del cerro San Antonio que se hunde en el mar, lindero al puerto, con la intención de fotografiar algunas de las garzas que suelen estar en esa zona. Al rato de llegar pude ver a un hombre joven recorriendo la costa entre las rocas con un detector de metales. Era frecuente verlos en la playa, pero no recordaba verlos allí. La curiosidad me hizo acercarme y emprender un breve y superficial diálogo sobre el clima hasta formular la infaltable pregunta que, tanto a los pescadores como a los buscadores de metales se les hace: ¿pescó algo, o en este caso, encontró algo? El joven amablemente sacó de una mochila que transportaba una vieja y oxidada cadena de hierro con un par de grilletes en sus extremos. El insólito objeto me sorprendió y de inmediato recordé el extraño sueño que había tenido la noche anterior.

Al levantar la vista me pareció ver a lo lejos en el mar, la silueta de un viejo navío de dos palos y velas cuadradas, a todo viento hacia el este. ¿O fué un reflejo del sol?

Diciembre de 2024

Bibliografía consultada:

  • Alex Borucki, APUNTES SOBRE EL TRÁFICO ILEGAL DE ESCLAVOS HACIA BRASIL Y URUGUAY: LOS "COLONOS" AFRICANOS DE MONTEVIDEO (1832-1842), 2009

  • Carlos Seijo, Maldonado y su región, 1999


Escultura de leon alado en el Argentino Hotel de Piriápolis
Escultura de leon alado en el Argentino Hotel de Piriápolis